Por todo lo acontecido desde las últimas elecciones al Parlament de Catalunya, diríase que ha llovido mucho; pero la expresión, por muy metafórica que sea, podría parecer lacerante para referirnos a un territorio que padece la sequía. Lo cierto es que lo que la ciudadanía tiene ante sí el domingo poco tiene que ver con el panorama electoral de 2021. Nos referimos sobre todo al mundo independentista, ya que las novedades en el unionismo tendrán que ver básicamente con su recomposición interna, a saber: la desaparición de Ciudadanos en beneficio del PP, y el paulatino declive de la llamada izquierda confederal, del que no sacará tajada el partido amigo de EH Bildu y BNG, pero sí los socialistas.

Veamos: aquel PDeCAT que se divorció de Junts para explorar una vía más peneuvítica, digámoslo así, ya no está porque fracasó en su empeño. Sumó poco en aquella cita, pero no deja de ser un bocado apetitoso para un Carles Puigdemont que ha conseguido volver a atraer a muchas de aquellas gentes –ahí está el apoyo de Artur Más–, pero que también ha recabado el aval transversal de personas provenientes de otros partidos, así como de intelectuales de espectros ideológicos diversos. Ya veremos cuánto, pero la épica de la resistencia y la reivindicación de la figura del presidente legítimo parecen estar funcionado. Sin embargo, tiene ante sí la amenaza de Alhora, partido creado por Clara Ponsatí y, sobre todo, de Aliança Catalana, que puede restarle votos muy necesarios para acercarse a Salvador Illa.

Con ERC se vuelve a demostrar que una cosa es predicar y otra dar trigo; que las soluciones mágicas para los problemas complejos suelen topar con la realidad. Su previsible desgaste –y el de la CUP– tal vez impida al independentismo alcanzar la cifra mágica de 68, pero también es posible que lo haga el desengaño extendido en ese otro sector que últimamente opta por la abstención. Esos desencantados que se preguntan para qué serviría una nueva mayoría.