Algunos ciudadanos están pidiendo romper relaciones con Israel. Están en su derecho, y también lo puede hacer un país si la mayoría de aquellos, representada en el Parlamento, se lo ordena. También lo están pidiendo algunos estudiantes, y también están en su derecho, pero en este caso me parece un error absoluto que los rectores hagan caso a tal petición, aunque sea mayoritaria entre el alumnado, que a saber si lo es.

La universidad es un lugar para el canje de conocimiento, el encuentro entre distintos, la escucha permanente, da igual si el prójimo es dios o el demonio, que en esto también hay discrepancias. Una universidad que renuncia a mantener relaciones con otra, que desdeña el trueque de información, que evita el ensayo común, no hace honor a su función sino a su prejuicio. Una universidad que con toda lógica fomenta el intercambio de información entre un químico iraní y un pamplonés, y que sin embargo apuesta por boicotear el correo entre un profesor donostiarra y un israelí, tal vez sea universidad, pero no es universal.

E iré más allá. No es que resulte absurdo –e injusto– negar la voz y la probeta a un científico neutro sólo por ser de un sitio y no de otro, por haber nacido en un país y no en el de al lado. Es que incluso es más absurdo –e igual de injusto– negársela a un fogoso politólogo, a un filósofo discutidor, a cualquier intelectual controvertido que con sus palabras nos enseñe a conocer al Otro. Si la universidad no sirve para eso, si opta por cerrarse un ojo y un oído, ¿para qué sirve? En fin, que si eso es el progreso, aquí se progresa inadecuadamente.