Son los rasgos peculiares los que caracterizan a alguien o a algo, y a ellos, o, mejor dicho, a la búsqueda de nuevos perfiles, se refería en una reciente entrevista el presidente del máximo órgano ejecutivo de EAJ/PNV, Andoni Ortuzar.

Si ya hace algunos meses, el principal partido del nacionalismo vasco institucional dio un importantísimo paso en esa línea presentando la candidatura de Imanol Pradales a lehendakari (paso muy en firme a tenor de los resultados), lo ajustado de la última victoria electoral del PNV –altamente meritoria tras cuatro décadas de liderazgo de Euskadi– apela a la necesidad de profundizar en la búsqueda de nuevos valores políticos para una próxima década. No obstante, la autocrítica que se precia imprescindible dadas las certezas y los riesgos constatados en la evolución del electorado debería conducir a una reflexión de calado sobre perfiles ideológicos, de ejercicio de la gobernanza y de modelos organizacionales internos.

Perfiles ideológicos: contraponer modelos

Politólogos expertos en dinámicas electorales como Agustí Bosch (Universidad Autónoma de Barcelona) minimizan el impacto de la campaña electoral en el cuerpo de votantes y, por ello, la insistencia de los dirigentes abertzales institucionales en confrontar modelos ideológicos con la autodenominada izquierda soberanista durante quince días de mítines no ha tenido posiblemente un efecto más notable. En Gipuzkoa, quizás el territorio donde con menor claridad se ha persistido en las últimas décadas en el choque ideológico con el revolucionarismo del mundo de la antigua Herri Batasuna, el PNV ha registrado, respecto a las elecciones de 2020, un descenso electoral tanto porcentual como en número de votos obtenidos.

En la comarca del Alto Deba, cuna del exitoso cooperativismo de raíz cristiana, personalista y social, la izquierda soberanista –que como señala certeramente Joxean Rekondo en su obra Matxinada contra Auzolan se opuso con tenacidad al modelo superador de la lucha de clases que ideó José María Arizmendiarrieta– ha alcanzado niveles de voto de más del 50%.

De cara a los nuevos perfiles de índole colectiva, el PNV deberá preguntarse si debe seguir socializando de manera más clara su identidad europeísta, humanista y social de “tercera vía” entre el conservadurismo neoliberal y el socialismo “más a la izquierda del trotskismo” (así calificó hace años Arnaldo Otegi su ideología) que suscribe Sortu, partido absolutamente dominante en EH Bildu. El abertzalismo institucional deberá preguntarse si la ideología personalista cuyo eje es la persona en plenitud de derechos (y responsabilidades) debe contraponerse con mayor rotundidad a la ideología revolucionaria de apoyo, por ejemplo, al régimen socialista cubano que, en aras a la consecución de posibles objetivos colectivos, conculca las libertades de la ciudadanía del país. Preguntarse si el gradualismo político y social que, analizado en perspectiva histórica reciente, tan buenos resultados han dado a la construcción de este país, se debe confrontar con mayor entidad a la fórmula estéril del “todo o nada” preconizado por la izquierda radical durante décadas y que tanta frustración ha generado.

Sin duda, el nacionalismo mayoritario deberá reflexionar sobre la virtualidad de socializar la tensión dialéctica con la coalición izquierdista en un momento en que esta trata de difuminar tácticamente sus aristas más ideologizadas en un afán casi obsesivo por alcanzar el poder en las instituciones vascas (“Ez da bihar, ez da etzi, orain da”, no es mañana ni pasado mañana, es ahora, afirmó con vehemencia Arkaitz Rodríguez en un reciente acto electoral).

Perfiles de ejercicio de la gobernanza: sí desde lo público, no sólo desde lo público

Como desarrollo del epígrafe anterior, los nuevos perfiles que el PNV podría apuntalar estarían sintetizados en la frase que encabeza esta área “sí desde lo público, no sólo desde lo público”, y en un concepto que, aunque esgrimido en campaña electoral, quizás no ha quedado suficientemente interiorizado. Me estoy refiriendo al modelo de acción público-social-privada, como trinomio sobre el cual construir una sociedad y una economía al servicio del ser humano, una economía “con cara y ojos” que diría el lehendakari Ibarretxe.

Para la consolidación de este modelo y partiendo del necesario liderazgo socioeconómico de las instituciones públicas democráticas, la administración ha de procurar la profundización de relaciones con la sociedad civil organizada para el logro del objetivo del bien común vasco. Sin embargo, lejos de sustentarse esta relación profunda en un sentido paternalista de aplicación sistemática de normas de autoridad o mera distribución institucional de recursos económicos al movimiento asociativo (subvenciones, etc.), la relación dual con el asociacionismo social debe partir del reconocimiento de este como laboratorio y motor de ideas, de activador imprescindible de nuevos proyectos de progreso y solidaridad, de afirmación del auzolan comunitario vasco como elemento de reactivación social. Esta profundización de relaciones con la autoorganización social debe reconocer asimismo el valor democrático de la aplicación del principio de subsidiariedad, principio muy presente en la ideología del nacionalismo institucional.

Euskadi, en línea con el recorrido colaborativo institucional-asociativo que le ha permitido convertirse en un gran referente europeo en materia de economía social, debería seguir transitando por esa senda de apoyo recíproco (bidelagunak, compañeros de viaje), senda radicalmente opuesta al concepto del “todo desde lo público” que, ajeno a la tradición histórica vasca, enarbola la izquierda soberanista. En mi opinión, la profundización en dicha línea de acción debería conllevar formas de gobernanza más horizontales que precisen de nuevos perfiles individuales más políticos que tecnocráticos.

De igual manera, los nuevos perfiles socioeconómicos deberían apuntalar la iniciativa económica privada vasca a través de la creación de un fondo soberano de inversión de capital público en sectores estratégicos de Euskadi, a modo de anclaje en el país de empresas de iniciativa privada. Los nuevos perfiles individuales que liderarán los ámbitos económicos de nuestra nación deberían tener interiorizado también el concepto de la necesaria función social de la propiedad, concepto jurídico ligado a la justicia social y del que el abertzale navarro Manuel Irujo se congratulaba en los años 50 del pasado siglo que hubiera sido asumido por democristianos, socialdemócratas y liberales.

Perfiles organizacionales: necesidad de mayor incidencia social

Siendo evidente que el PNV ha sufrido un importante desgaste en cuanto a su influencia social, fundamentalmente en el ámbito local, la activación de la formación de cuadros pudiera marcar un nuevo perfil de acción política. Asimismo, el PNV podría abordar con más determinación de definición teórica y aplicación práctica el concepto de casa común del nacionalismo, incorporando con mayor decisión a independientes o a personas del mundo abertzale democrático que han militado en otras formaciones. Por otra parte, en una búsqueda de perfiles organizativos más participativos, el esquema de trabajo podría analizar una especie de vuelta al espíritu del 77 (Asamblea Nacional de Iruñea), estableciendo limitaciones de mandato y minorando la tendencia a la acumulación de cargos políticos por parte de una misma persona como vía para la superación de inercias obstaculizadoras y el fomento de una participación política más efectiva de la militancia.

Y, por supuesto, todos estos perfiles individuales y colectivos deben venir acompañados de importantes mejoras en el campo de la comunicación (“lo que no se vende no existe”) y el marketing (“lo que no se vende bien tiene fugaz existencia”).

Doctor en Historia