El chovinismo propio del carácter francés pudo hacer que en su pase por Cannes, Nouvelle Vague, el acercamiento del estadounidense Richard Linklater al rodaje de Al final de la escapada (Á bout de souffle, 1960), la crítica fuese más severa de lo esperado. Ocurre, siempre, cuando desde fuera viene a hablarse de un pope patrio. Linklater en este filme, que ha inaugurado la sección Perlak del Zinemaldia, aborda desde una forma dulce, cariñosa, divertida y excelentemente realizada los empeños de Jean-Luc Godard por pasar de implacable crítico de cine de Cahiers du Cinéma a realizador revolucionario del medio, siempre en “búsqueda de lo instantáneo y lo espontáneo”, y celoso de que coetáneos como Claude Chabrol o François Truffaut. Para ello, el director de Boyhood y de la trilogía Antes de..., reproduce de manera muy efectiva distintos recursos formales de la nueva ola francesa como la cámara en mano, el uso del blanco y negro –con grano incluido–, el seguimiento documental de los personajes, la reflexión de luz, en formato académico –1,37:1– y hasta llega a incluir durante el largometraje señales de cambio –los conocidos como topos– para hacer creer a la audiencia que se encontraba ante una película de otro tiempo. Y pese a que Linklater apuesta por un formalismo en origen tan libre como el de aquel movimiento, esta suerte de making-of no deja de ser una película muy bien medida, casi algorítmica y milimétricamente convencional.
Los cinéfilos –o cinéfagos– disfrutarán de los múltiples cameos de personalidades que surfearon la ola y a los que el estadounidense identifica con su nombre sobreimpreso en pantalla –Suzanne Schiffman, Éric Rohmer, Jacques Demy, la Premio Donostia Agnès Varda...– y con planos americanos que rompen la cuarta pared y también con easter eggs que abundan en un segundo nivel. “¿Quieren una nueva ola? Démosle un maremoto”, anuncia el Godard interpretado exquisitamente por Guillaume Marbeck, siempre al límite entre la fidelidad y la sátira, al productor Georges de Beauregard, que encarna Bruno Dreyfürst.
Zoey Deustch como Jean Seberg –es curioso que el Zinemaldia en menos de seis años haya inaugurado dos veces Perlak con una película que se acerca a la vida de la actriz protagonista de Saint Joan (1957)– y Aubry Dullin como Jean Paul Belmondo, protagonistas de Al final de la escapada, junto con el personaje de Marbeck, presentan un trío con una maravillosa química. Esta viene motivada por el encanto de Godard –edulcorado y complaciente por necesidades del guion escrito a ocho manos por Holly Gent, Vincent Palmo Jr., Michèle Pétin y Laetitia Masson–, errático para los demás pero “revolucionario” para sí mismo, afiliado a los argumentos –o aforismos– de autoridad, incapaz de escribir un guion, ajeno al raccord y al salto de eje y receloso de repetir una toma más de dos veces. Lo que pudo ser un infierno se presenta como un entretenimiento muy ameno, un canto de amor al cine y a los referentes cinematográficos del pasado, sin mayor investigación, ni profundidad.